martes, 5 de agosto de 2014

Peracense 2014. O la vida es sueño...

 
Mantener la misma intensidad durante ocho ediciones es complicado, difícil, por no decir imposible. Año tras año, asistir a Peracense, para que el castillo nos acoja en sus entrañas cuesta cuando menos, ríos de sudor, esfuerzo y preparación.
Durante ocho años, uno tras otro, hemos sacado a esos muros rodenos historias, sonidos y olores que nos han hecho trasladarnos al siglo XIII. Creo que a la finalización de  esta última edición, hemos vuelto a reinventarnos y a juicio de muchos de los asistentes, con criterio y la experiencia de otros años, ha sido posiblemente la mejor edición de todas. Y tras ocho años, eso es mucho decir.
En ningún encuentro más que en este, la cultura del esfuerzo, tanto físico, trasladar todos los elementos propios y del campamento hasta su interior; económico, las comidas, el material; como de esfuerzo recreador,  no valer cualquier cosa y ser coherentes con los personajes a representar. Valga un ejemplo, este año, el único que llevaba cota de malla era el señor y ésta era remachada.
El castillo es un enclave privilegiado. No hay ninguna duda. El entorno de montes rodenos, su encrespado perfil recortándose en el horizonte. Su extraordinaria restauración, respetando su antigua arquitectura y estética. Es un sitio espectacular, por sus vistas, por su contacto con la naturaleza y la proximidad de la sierra de Albarracín, por sus lienzos bermejos, su cielo y su rocosa disposición.
 
El marco perfecto podríamos decir. Por supuesto, como ya comentaba, no exenta de esfuerzo. Pero las cosas que merecen la pena, cuestan, nos obligan a esforzarnos, a sacar lo mejor de nosotros mismos.
Algunos pensarán que no les merece la pena ese esfuerzo, es respetable. Por el contrario otros pensamos que merece la pena. Nos cuesta volver luego a este siglo XXI y recordamos como nos acariciaba el aire asomados a los muros de este precioso castillo y cómo el sol doraba nuestra piel mientras tirábamos con arco, jugábamos a la pelota o formábamos un muro de escudos.
 
 
Peracense es una fortaleza militar y las evoluciones dentro de la misma no puede dejar de tener ese sabor de antiguos milites, que al sonido de la antigua lengua de Oc evolucionaban como un sólo hombre a la voz de su alférez.
 
 
Este año además con las armas de asalto de Rubén Sáenz y su perfecta integración en la fortaleza, las imágenes se han tornado de geniales a espectaculares. 
Pero también hay espacio para otras cosas, este año disfrutamos de un hospital al completo, gracias al ímprobo esfuerzo e implicación de algunos de los grupos participantes.
 
 
En este marco extraordinario se ha tejido, sanado, rezado, cantado, forjado, tañido laudes, templado gaitas y flautas, jugado a la pelota, a juegos de mesa, se ha escrito, representado, caminado, además de luchar, correr, lanzar venablos, flechas, rocas, beber, comer, reír y soñar.
 

 Porque sí, porque durante unos días, hacemos realidad el sueño de plantar nuestros reales en el patio de un hermoso castillo, compartimos nuestra afición con amigos llegados de todos los rincones de la geografía española y a veces incluso de más lejos. Y desarrollamos nuestras habilidades, cada uno la suya, sabiendo que cualquier aportación es bien recibida, donde no se ponen más límites que la historicidad y las ganas de cada uno.
Eso tiene y siempre tendrá un halo especial, porque es un evento creado con las voluntades y las destrezas e ilusiones de todos los que allí se acercan.
Donde se suman voluntades, anhelos y proyectos, que tras ocho años, siguen brillando, radiantes en los ojos y los pechos de los que asumimos el esfuerzo, sabiendo que luego tendrá dulces frutos y que merecerá la pena subir ocho veces la rampa que sube al aparcamiento.
Porque al final, siempre nos esperan con una cerveza bien fría nuestros compañeros, nuestros amigos y nuestros sueños.
 

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